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Las ligas mayores....Leelo, guardalo en tu USB imprimelo y regalalo! porfa se que le Agradara a Dios si lo Haces

miércoles, 29 de octubre de 2008 - - 0 Comments

Las ligas mayores

Ha sido un ladrón de toda la vida.

Cualquier mafioso tiene códigos, gente a la cual nunca

debiera robarles. Pero él los desconoce por completo. A los

siete años visitó el primer correccional de menores y más

tarde recorrería todos los de su ciudad. Alguien, conocedor de

la mala gente, vaticinó que ese pequeño nunca llegaría a ser

una persona decente, y no se equivocó. Tal vez existan

mortales que ya nacen con una mala marca, una especie de

karma, algo que los predispone antes de la vida adulta. Este,

damas y caballeros, es el típico caso.

Sin padres reconocidos y mucho menos alguien que hubiese

considerado adoptarlo. Se comenta por el barrio natal, que

carga con diez muertes en su haber. Otros opinan que muchas

más. Todos lo saben, pero nunca se pudo probar nada.

Cuentan que al llegar a los treinta y pico, entró en la mafia

grande, la de los amigos importantes, las influencias del

poder. Y tal vez por eso, nunca se le comprobó ningún

delito. Todos saben que es ladrón, cualquier hijo de vecino

no desconoce al mafioso que la propia ciudad engendró.

Desde e l 'alcalde hasta el juez, conocen que maneja negocios

turbios. Droga, mercancía robada, trata de blancas.

Pero es su vinculación con el poder lo que le ha dado tan-ta

impunidad. Se ríe de los jueces y juega su turbulenta vi-da

ante la mirada absorta de los inocentes.

Pero el poder cambió. Tal vez alguna treta política le jugó

una mala pasada, o quizá un juez escrupuloso no permitió

que alguien le pusiera precio a su deber. Y desde hace un

año, está privado de la libertad. El periódico lo festejó colocando

la noticia en la primera plana de la edición dominical.

Los ciudadanos respiraron cierto aire de justicia, tardía, pero

justicia al fin. Los políticos utilizaron el encierro del mafioso

para su campaña. Algún poderoso influyente hizo extensas

declaraciones en la televisión local, acerca de «cómo actúa

la justicia de nuestro país».

Si hubiese un hipotético y mínimo chance de que algún

preso fuese liberado, este no es el caso. No debe existir un

solo ciudadano de bien que no se alegre por el justo encierro

del oscuro personaje. Los que tenían miedo, declararon. Y

un hábil fiscal pudo probar cada delito. Y dicen también, que

ningún abogado pudo defender lo indefendible. Lo sentenciaron

a cadena perpetua.

Pero todo eso fue hace un año. Los primeros doce largos

meses del resto de su vida en prisión. Hoy es un día festivo

en la ciudad, y la costumbre es darle un «regalo». Un premio

irónico. En el día de la fiesta, la gente puede votar para que

el gobierno suelte a un preso, tal vez para darle una nueva

oportunidad.

El nefasto hombre no aspira ni a soñar conque pueda

contar con ese deseo. La gente lo odia demasiado. La prensa

se le tiraría encima al gobierno como leones hambrientos.

No. No existe la posibilidad de pensar en la libertad... a

menos que... existiese alguien a quien la gente odie mucho

más que a él. Un violador de niñas, tal vez. O un ladrón con

menos códigos que él mismo. Un caníbal, una bestia que mate

ancianas, un Hitler, algún azote venido del mismísimo infierno.

Si hubiese tal persona, por una logística comparación, el

mafioso podría garlarse el olvido de su condena y aspirar otra

vez la calle. Pero no vale la pena la ilusión, no existe alguien

peor que él mismo, y lo sabe.

De pronto, alguien interrumpe su delirio, es un guardia. Seguramente

lo llevará al «agujero» de castigo o lo golpeará hasta

desangrarlo, al fin y al cabo, es lo que le ha sucedido durante

todo este infernal año. Pero el guardia no parece disgustado.

Ya no entiendo a este país —comenta el hombre de seguridad—,

el maldito pueblo ha votado por hacerte un pájaro li

bre y encerrar a otro en tu lugar.

El afamado ladrón no da crédito a lo que acaba de oír: el

pueblo ha votado para liberarlo. Algo no está bien, o el país

enloqueció o quizá apareció alguien que despierte más odio

popular que él mismo.

Otros dos guardias le entregan su ropa de civil. Un escribano

constata su firma en el libro de salidas de la penitenciaría. Es

demasiado milagroso, demasiado irreal para una sola tarde. Es

un contrasentido. El hombre condenado a cadena perpetua será

liberado gracias al mismo pueblo que lo encerró.

Afuera le aguardan los periodistas, las cámaras, los grabadores,

los reporteros que se apretujan por la primicia. El ladrón

gana la calle y los micrófonos lo apuntan. Quieren saber

su reacción, necesitan al menos una palabra suya. Alguna

declaración.

El mafioso solo pregunta. Debería responder, pero quiere

saber. Pregunta quién es el monstruo que será condenado en

su lugar. Quiere, por lo menos, saber el nombre de la bestia

que lo suplantó en las elecciones de la muerte.

«Jesús de Nazaret», responde una cronista del canal de noticias,

 «la gente te prefirió a ti, antes que al tal Jesús». El

hombre no entiende mucho, y se abre paso entre la turba.

Tiene demasiadas cosas que preguntar, muchos interrogantes

sin respuesta. Tiene libertad pero, por alguna curiosa

razón, no la disfruta, no la comprende.

El tal Jesús tiene que ser demasiado importante para ocupar

su lugar o muy loco para ganarse el odio de toda la ciudad.

O tiene pocas influencias en el poder o, quien sabe, tal

vez se trate de alguien que haga historia.

El hombre se detiene en el medio de la nada y solo tiene

un deseo. Uño tan fuerte como lo fue el de la libertad. El

mafioso quiere conocer quién lo reemplazó. Quiere saber

quién cargó con tanto odio, quiere saber quién le regaló, indirectamente,

la libertad y una segunda oportunidad. Casualmente,

en los próximos dos mil años, todos se harán la

misma pregunta. Todos lo querrán conocer. Millones, en todo

el mundo, se preguntarán por qué el tal Jesús se dedica a

cargar con odios ajenos. Por qué reemplaza a delincuentes.

Es la incógnita divina, él es verdadero amor, el inexplicable

estilo Dios. Todos querrán preguntarle a Jesús «por qué».

Por ahora, el primer hombre de la historia en preguntar-lo

es un mafioso que acaba de ser libre injustamente, como si

una mano divina hubiese intervenido...

De espectador a titular

Estoy seguro de que pensabas que no tenias nada en común

con Barrabás, hasta que lo ves de esta manera: tú solo

eras un simple espectador de logros ajenos. No juegas el

partido, solo compras el boleto para verlo cómodamente

desde las gradas.

«La Copa de Oro es solo un placer reservado para los ganadores

», piensas.

No te inclinas para agradecer los vítores de la multitud, tú

estás entre los que aplauden. No te sacan fotografías, tú

compras el periódico de las noticias para ver cómo luce el

equipo campeón.

No te piden declaraciones, jamás te harán un reportaje ni

firmarás autógrafos. Eres parte de la masa que observa. A lo

sumo, gritas los goles o te dedicas a opinar.

—No me gusta el entrenador.

—Los asientos no son tan cómodos y hace frío.

—El juez del partido tomó una decisión que me desagrada.

No debió expulsar a ese jugador.

—Debió haber expulsado a aquel.

El campeonato es demasiado largo, no me agrada esta

manera de jugar.

--Recientemente leí un libro acerca del fútbol y creo que

ahora sé más que el director técnico.

—Casi podría jugar. Desde niño mis padres me han traído

a ver los partidos.

Pero en el fondo, sabes que no hay posibilidad de que estés

en el equipo. Aun si eligieran a un integrante del público

al azar, solo habría una remota posibilidad entre cien mil o

más.

Entonces te convences de que solo naciste para mirar y

opinar. Para oír grandes sermones ajenos y deleitarte con los

testimonios de modelos terminados. No estás en la reserva.

Ni siquiera eres una segunda opción. Solo vas a dedicar tu

vida a mirar los partidos y aplaudir al campeón.

Es entonces cuando sucede.

Un campeonato mundial. Compras tu boleto y te ubicas en

una posición donde puedas observar todo el estadio. El

equipo sale al césped central. Va a ser un gran juego, televisado

a todo el planeta. Los flashes fotográficos transforman el

lugar en una tormenta eléctrica virtual. Y entonces, el director

técnico se da media vuelta y busca entre la multitud.

Hay cien mil almas que colman el monumental estadio. El

entrenador habla al oído de su jugador central, la figura del

equipo, la estrella, el número diez. Y el jugador comienza a

subir las gradas, apretujado por la multitud que lo aclama.

Aún no comprendes lo que sucede. El gentío abuchea al

entrenador por retrasar el inicio del partido, mientras que la

figura central del juego sigue escalando las gradas laterales.

Se está acercando a ti, te busca con la mirada.

«No existe la más remota posibilidad de que esto esté

ocurriendo», piensas, «debe ser una broma pesada, una cámara

oculta para el programa de los sábados».

Ahora, el genio del fútbol, el multimillonario jugador, el

astro de la noche está frente a ti, completamente agotado.

—El entrenador quiere que yo te reemplace —dice.

—Que me qué?

—Que te reemplace, que ocupe tu lugar.

—Debes estar equivocado, yo solo soy un espectador, solo

vine a mirar —explicas.

—Por favor, no retrases el juego. Me sentaré a observar;

tienes que bajar a jugar.

—Pero... es que yo no... bueno, tú eres... yo solo vine a...

Ahora sí la multitud está enojada. Cien mil espectadores

observan la charla desde todos los ángulos del estadio. El

abucheo es ensordecedor. El director técnico sigue en el centro

del césped, esperando tu decisión.

—Por favor, baja al césped. Estás en el equipo. Es un cambio

estratégico del técnico. No retrases el campeonato —dice

el mejor jugador del mundo, mientras se sienta en tu grada

y te da su camiseta.

¿Te parece una historia irracional? Entrevístate con Barrabás

y pregúntale qué sintió cuando el Campeón ocupó su lugar. No

sabemos qué pasó luego con el afamado ladrón ni tampoco si

alguna vez jugó en el gran equipo. Pero estoy seguro de lo que

sintió cuando fue reemplazado. Nunca olvidas ese día.

Puedes olvidarte del lugar donde Dios te puso, pero jamás

olvidas de dónde te sacó.

ERES UN LADRÓN. No PUEDES INGRESAR A ESTE CENTRO COMERCIAL. LO

QUE HICISTE FUE DESASTROSO.

No, no están hablando de Barrabás, corre el año 1990 y

están señalándome a mí.

Fui el gerente de ventas más joven de la empresa, pero algo

se interpuso en el camino. Yo estaba absolutamente seguro

de que jamás podría servir a Dios. Me faltaba carácter,

una estima saludable y carecía de determinación. Así que me

dediqué a ser vendedor.

Me esforzaba por ser el mejor, pero era un caos como administrador.

Tan pronto estuve a cargo de mi propio negocio,

supe que aún no estaba capacitado para liderar gente ni para

administrar dinero. Una noche, los gerentes generales hacen

un inventario y descubren que falta mucho dinero en

mercadería. Gritos. Amenazas. Acusaciones entre los empleados

y telegramas de despido para todos, incluido yo.

Hasta me restringieron la entrada al centro comercial donde

trabajaba, era un «individuo peligroso», un ladrón.

Es ahí cuando te convences de que solo puedes ser un espectador

de las cosas de Dios. Si ni siquiera calificaste para

ser un simple vendedor, olvídate de soñar con lo santo.

Compras tu boleto y te sientas a mirar el partido. Lees libros y

te alimentas de las experiencias de otros. El que alguien

ponga la mirada en ti, es una utopía, una fábula.

Pero el Entrenador decide reemplazarte. Y te invita a integrar

el equipo. Eras del montón, ahora eres único. Te llamaban

multitud, ahora tienes apellido. Eras gris, ahora vistes

la camiseta oficial del campeonato. Ya no llevas binoculares,

ahora lo vives de cerca. Ya no sacas fotografías ni pides

autógrafos, ahora te dedicas a ganar copas y medallas

de oro.

 

¿Recuerdas las palabras del entrenador cuando te invitó

a integrarte a las grandes ligas?, si aún no te ha llamado,

cuando ocurra, graba sus palabras. Todavía recuerdo lo que

me dijo, jamás lo olvidas. Fue en San Nicolás, una bella ciudad

casi remota de la enorme provincia de Buenos Aires.

«Dante, ya no te puedes volver atrás. Te he escogido para

que prediques a miles de mis pequeños. "Pastor de los Jóvenes"

te dirán, "evangelista del nuevo siglo". Todos tus sueños te

seguirán y se cumplirán, uno a uno. El día que pares de visionar,

dejarás de crecer. Creas o no, yo te di el ministerio. Irás

a las naciones sin descanso, saldrás y volverás a entrar».

Cuando alguien te recuerde que eres un ladrón, menciona

las palabras del entrenador. Cuando alguien te muestre

una fotografía amarillenta de tus complejos, repite la frase

del director técnico. No importa si nunca jugaste o si estás

demasiado acostumbrado a ser espectador. Primero tienes

que convencerte de que puedes cambiar tu estrella; luego,

solo necesitas que te convoquen para jugar en las ligas mayores.

El resto es entrenamiento, trabajo duro y acostumbrarse

a ganar.


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